Raúl Benoit
Periodista
Sin haber terminado las fiestas navideñas, en el basurero del lugar donde vivo abundan los arbolitos con luces sin quitar. No son adornos viejos, sino recién comprados y la mayor parte de plástico.
Estos objetos tirados sin consideración refrendan que vivo en un país capitalista, Estados Unidos, donde el consumismo es como si fuera una enfermedad infecciosa que carcome el alma de la gente.
Nunca he entendido ni entiendo ni entenderé esa manía de las personas que viven aquí, de desechar lo nuevo sólo por estar a la vanguardia de las tecnologías o para que sus vecinos crean que la crisis financiera no los afectó.
La realidad será otra cuando lleguen las cuentas por pagar, porque aunque tengamos mucho dinero o poco, a todos nos toca enfrentar esa depresión post–Navidad que nos desmoraliza y nos aplasta sin piedad después de las fiestas.
El primer mes del año la vida nos da una bofetada y nos dice: ¡despierta a la realidad! ¡Paga por haberte divertido y por haber hecho feliz a los demás!
La depresión post–Navidad, es un estado de ánimo en el cual preferimos no pensar cuando visitamos tiendas en diciembre gastando lo que no tenemos y comiendo desaforadamente los platos y los postres que, como una tentación, sirven familiares y amigos en las reuniones decembrinas.
Un psicólogo me reveló que hay dos consultas que predominan al comenzar el año. La primera es motivada por discusiones de dinero en el matrimonio cuando llegan las cuentas por pagar y ninguno admite que se excedió comprando o fue pasivo en impedir que su pareja lo hiciera. La segunda consulta es en relación con el peso corporal. La gente se deprime porque consumió mucho. Aunque parezca insólito, algunas peleas conyugales surgen al reclamar por la gordura causada al excederse en comer.
Ya ha pasado la temporada feliz y evitar las deudas o el sobrepeso de enero es imposible. Hay que resignarse y reflexionar sobre la responsabilidad de lo adquirido y antes de entrar en discusiones bizantinas deberían sentarse a planear una forma de enfrentar esa realidad.
Para comenzar a quitarse culpas recomiendo almacenar todos los artículos que pudieran utilizarse en la siguientes fiestas, incluyendo bolsas de regalo y obsequios inútiles que dan los tíos anticuados y tacaños. Aunque también les propongo que, esos regalos inservibles o repetidos, en vez de llenar cajas y cajones, los ofrezcan en venta entre amistades y así recuperarán un porcentaje del dinero que derrocharon en las fiestas.
Por otra parte, les sugiero recoger las luces navideñas y el arbolito de plástico que los vecinos tiraron al basurero. Lo cual pueden hacer cuando llegue la noche y así nadie se entera.
Otro consejo es comenzar a ahorrar (una vez paguen las deudas) para los regalos, la comida de la Navidad de 2010 y, si se puede, para el gimnasio donde tendrán que rebajar las libras de más en 2011.
¡Quién los manda a dejarse contagiar por el consumismo!
A pesar de los abatimientos y la depresión post–Navidad en la cual caemos casi todos los humanos, les aconsejo ponerle buena cara al Año Nuevo y sonreírle a la vida. Les deseo un 2010 lleno de éxitos.
Prensa.com
Perspectiva3 de enero de 2010
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